El Duelo por suicidio es probablemente de las experiencias de duelo más complicadas que nos podemos encontrar. La propia denominación de supervivientes con la que se definen aquellos que lo padecen da cuenta de la dificultad de su afrontamiento.
Asimilar que alguien a quien amas decide quitarse la vida “sin tu opinión”, genera una situación donde confluyen emociones fortísimas e inevitables.
En el seno familiar es la mayor crisis a la que se pueden enfrentar los miembros. puesto que la responsabilidad ante esta muerte y los sentimientos de culpa y vergüenza son muy fuertes, continuos e imposibles de eludir.
La primera emoción emergente en el superviviente es la incredulidad. Parece imposible que esto esté ocurriendo, “no puede estar pasando”. Esta noticia devastadora siempre es inesperada pese a la existencia de intentos previos.
Comienzan la culpa y los “por qués”, las preguntas reiteradas sobre si podría haber hecho algo más para prevenir el suicidio. Puede estar enfadado consigo mismo o con los demás por no haber captado “pistas” sobre sus intenciones y envolverse en remordimientos ante la idea de que “podía haberlo evitado”, “de que se le escaparon ciertos detalles”, etc…
Estos sentimientos de culpa y responsabilidad machacan al superviviente pero lo más complicado de gestionar, tal vez sea cómo el resto de intervinientes las magnifican. En los momentos inmediatamente posteriores a la muerte (en el tanatorio, en el entierro…) suelen darse situaciones muy duras donde los reproches y las insinuaciones verbales y no verbales del entorno son muy visibles. Frases tales como Tu debías saberlo… Te dijo algo? Habíais discutido? Cómo ha llegado a esto? etc… causan un tremendo daño acrecentando un dolor que ya parecía insostenible.
Así mismo surgen también el enfado y la rabia contra el que se ha ido, al sentir su abandono.
Se cuestiona la relación con el fallecido y las preguntas sobre por qué su amor no fue suficiente para mantenerlo/a con vida.
Y la aparición de los pensamientos suicidas son muy frecuentes.
Las imágenes en la cabeza del acto final se suceden.
Aparece la presión por los juicios sociales: “Qué van a pensar de mí si se enteran?, ¿He sido un mal padre?”, “¿No estuve suficientemente atenta?”
A raíz de estos juicios surge el estigma social, lo que provoca que en muchos casos se oculte la verdadera razón de la muerte.
La intensidad de estas emociones provoca que en muchos casos los supervivientes pierdan el norte entrando en un estado de shock.
No debemos olvidar que se trata de un duelo «no autorizado» donde los allegados desconocen cómo apoyar; suelen comportarse de forma muy torpe, buscando motivos y razones que justifiquen el hecho dañando al superviviente aún más
Como estamos viendo, se trata de un duelo muy complejo en el que se hace necesario que una persona externa autorice y valide lo que el doliente está viviendo.
Cómo lidiar con este dolor
El maestro budista Thich Nhat Hanh dice que “precisamente porque sufrimos, estamos en condiciones de cultivar la comprensión y la compasión”.
El superviviente necesita desarrollar mucha comprensión y empatía hacia las circunstancias íntimas y personales que llevaron a esa persona a tomar la decisión de acabar con su propia vida, para poder elaborar su culpa y en algún momento del proceso, reconciliarse con el suicidio y la decisión de morir.
Se recomienda ayuda psicológica puesto que las rumiaciones y la culpa hacen que sea importante la intervención de un profesional, ya que no suele haber personas alrededor al mismo nivel que estén pasando por lo mismo.
Desde la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT) así como desde la Terapia Centrada en la Compasión (CFT) se ofrecen potentes alternativas de superación de este complejo duelo.
La ACT propone una reacción más adaptativa; observar las emociones y aceptarlas sin juzgar; reconocer la pérdida y ver que la vida aún puede tener significado y propósito, es decir, la aceptación en lugar de la evitación emocional.
Por otro lado, las prácticas de la Terapia Centrada en la Compasión, dirigidas al desarrollo del sistema de calma, han demostrado ser eficaces para aprender a mostrarnos compasivos con nosotros mismos y así superar en este caso la culpa infundada que invade al superviviente.
Si estás cerca de un superviviente mi recomendación es que lo acompañes como si se tratase de cualquier otro duelo. Ha muerto su ser querido, apórtale cariño, calor, ayuda y comprensión respecto a todas sus emociones. Simplemente escucha, estate ahí presente y espera paciente. Acompáñale sin preguntar puesto que cualquier pregunta va a ser interpretada como una insinuación de culpabilidad.
Hazle saber que el suicidio en adultos es una decisión libre que toma la persona, es algo a lo que ha llegado ella misma porque no ha encontrado otra solución a su problema. Un suicida no quiere morir, quiere vivir, pero no dispone de los recursos necesarios para acabar con el sufrimiento que padece. NO HAY RESPONSABILIDADES NI CULPABILIDADES
Como colofón final, la mejor prevención ante el suicidio es enseñar a pensar y resolver problemas, es enseñar (y aprender) a relacionarnos con el malestar inevitable de la vida y proporcionar soporte y apoyo en los momentos difíciles. Proporcionar estrategias y recursos para este afrontamiento, es el mejor equipaje que podemos aportar a aquellos que sufren y creen encontrarse en un túnel para el que sí existen salidas.
Marta Prieto Aparicio
Estudiante Grado de Psicología (UNED). Practicum en CEPSICAP Psicólogos de León
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