Acabamos de comenzar el verano y la estadística (y nuestra experiencia clínica) nos dice que la mayoría de las separaciones ocurren precisamente en períodos vacacionales. Probablemente porque pasamos mucho más tiempo con nuestras parejas y tenemos más tiempo para que aflore el conflicto. Aunque los motivos de una ruptura pueden ser múltiples:
- Problemas en comunicación
- Problemas en la convivencia
- Infidelidades
- Distintos valores culturales respecto a lo que significa una pareja o expectativas inadecuadas
- Distintos roles/cambio de roles tradicionales
- Aburrimiento y rutina
- Cambios dentro de la pareja (trabajo, enfermedades,…)
- Dificultades para resolver problemas…
O “se nos acabó el amor de tanto usarlo”, “me enamore/ se enamoro de otro/a”, “eso que tanto me gustaba ya no me gusta”, “no aguanto a mi suegra”,…
Ya sea que se rompa el noviazgo o que estemos viviendo un complicado divorcio, lo cierto es que nadie lleva bien que le «dejen». Y, en general, a nadie le suele gustar «dejar».
Desde luego que romper una relación y el malestar asociado a ello no debemos considerarlo una patología, aunque puede ser un proceso doloroso, que en muchas ocasiones se “enquista” o el dolor nos resulta tan intenso que creemos que no vamos a poder soportarlo. No en vano es uno de los motivos de consulta más comunes.
Nuestra forma de reaccionar emocionalmente ante las pérdidas tiene muchas cosas en común, como humanos que somos, y nuestras circunstancias, historia de aprendizaje, anteriores experiencias de pareja, personalidad,…hacen el resto. Veamos que suele ocurrir:
Cuando “te dejan”: La sensación de que algo se ha roto por dentro, un dolor tan intenso que atraviesa el corazón, no poder parar de pensar en lo sucedido y en la persona amada, recrearnos en lo bonito vivido, fantasear con una posible reconciliación, llorar hasta que te duelen los ojos, dejar de comer y de dormir, y si con suerte duermes, no parar de soñar con el o la ex…Miedo al futuro, a lo que vendrá, a no poder volver a enamorarse o encontrar una nueva pareja, miedo a volver a tener una relación íntima; tener la autoestima por los suelos, buscando una y otra vez motivos para culparte por lo sucedido,… Combinados con momentos de cabreo contra el otro, no parar de hablar de lo ocurrido, no querer salir o no querer levantarse de la cama….
Sin embargo, cuando «dejas» la sensación inicial de control, en principio, parece que minimiza el impacto de la nueva situación. Pero no tardando mucho lo más habitual es que aparezca la culpa, mezclada con alivio y unas gotitas de ilusión por la nueva situación, a la vez que tendemos a rumiar sobre lo sucedido, a temer que los demás nos vean como el malo de la película. Y no es extraño que pasado un tiempo empieces a notar que te apetece saber de tu ex, de cómo esta, lo que estará haciendo, y empieces a recordar que te gustaban bastantes cosas, incluso fantaseas con volver, te recreas culpándole de todo lo ocurrido, tienes miedo a equivocarte con la decisión que has tomado, miedo al futuro y a tu nueva situación vital,…
¿Nunca te has sentido así?, ¿nunca te ha pasado?, ¿no conoces a nadie que haya vivido una ruptura?
Aunque es un proceso doloroso, todo lo que acabo de describir suele formar parte del guión de lo normal. Aparecen a la vez, como si de un cocktail se tratara, emociones como la tristeza, la ansiedad, el miedo, la culpa, la rabia, la incertidumbre,…
Este proceso no tiene atajos… Y dependiendo de cómo lo manejes puede avanzar con normalidad o convertirse en unas vacaciones en el infierno.
Puede ser un reto y una oportunidad, para conocerte ante las pérdidas, para clarificar que es lo que valoras en la relación de pareja, para aprender a estar solo, para identificar tus debilidades pero también tus puntos fuertes, acercarte a las personas que te quieren,…
Poco a poco el dolor irá dejando hueco a todo lo demás…Y si precisas que te acompañemos en el proceso, aquí estaremos.
Arancha Santos de la Rosa
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